VIII.- Queen Jane
Charlotte entró al salón de clases ese frío día de invierno de 1997 como atraída por un instinto asesino. Llevaba el pelo amarillo y lleno de rulos en la espalda, su caminar era inseguro y tambaleante. Sin embargo, tras su saco o sobretodo marrón oscuro se escondía el cuerpo de una mujer fascinante.
Mala actitud la mía esa de pensar que la profesora de literatura en la academia horrible donde me encontraba coqueteaba conmigo. En realidad, lo único que hacía era guiñarme un ojo de vez en cuando e interesarse un tanto en mi aspecto. Finalmente (creo que fue un día lunes) después de salir de clases esperé a que Milagros terminara de discutir con ella algo del Siglo de oro español (creo que Milagros no entendía bien que el Siglo de oro español era precisamente español) y la profesora, Charlotte Nolteus, le gritaba:
- Escucha, ¿ves esta lista? ¿la vez? Aquí están los del RENACIMIENTO, ¿puedes leer RENACIMIENTO? Aquí ¿ves?. No tiene nada que ver con el Siglo de oro español...
Finalmente Charlotte terminó de hablar con ella, cogió su maleta y se dirigió a la puerta. Me preguntó, consternada:
- Marcel, hijo, ¿podrías explicarle el curso a tu amiga?
Lancé una risa.
- ¿Y cómo piensa que yo voy a hacer que ella se lo aprenda?
Charlotte Nolteus firmó el registro académico.
- Mira. Yo sé que tu eres un chico inteligente. Si te interesa tu amiga puedes hacer que lea algo de Petrarca o de Sor Juana Inés de la Cruz...
Yo estaba vestido con una camisa de franela azul a cuadros y un polo medio psicodélico. Cualquiera es cualquiera, y pudo tomarme como un chibolo más entre todos en el salón (tenía el pelo largo y saludable, lleno de rulos, y también llevaba un jeans azul medio decolorado y una sonrisa estúpida en la cara) pero Charlotte Nolteus siguió voraz sus instintos.
- Dudo que yo pueda obligar a que alguien más lea... -finalicé.
Milagros metió todas sus cosas en su mochila y salió del salón haciendo una mueca indescifrable.
- Tu amiga no respeta mucho a los profesores, verdad.
Volví a reírme.
- Es un tanto rebelde.
- ¿Y tú también eres un rebelde?
- No.
Salimos. Afuera era un día helado de julio de 1997.
- Seguro te gusta leer, eres el que más interviene en clase.
Me mantuve callado.
- Lo que pasa es que yo quiero ser escritor.
- ¿Hablas en serio?
- Claro que sí.
Charlotte miró la avenida que se extendía entre árboles y postes de luz grises.
- Yo también soy escritora.
- En serio. Y como qué cosas escribes -le pregunté.
- De todo un poco, cuentos, ensayos, poesía, novelas...
Charlotte Nolteus prendió un cigarrillo. Miré a mi alrededor. Luz del día nos daba cierto aspecto.
- Ah, entonces escribes en general.
- Eso depende mucho de mi estado de ánimo, y lo demás.
Charlotte Nolteus, todavía mi profesora, paró un taxi.
- Apuesto a que has leído a Kerouac... -alcanzó a decir.
- Claro...
- Muy bien, ya me enseñarás algo que hayas escrito la próxima clase.
- Por supuesto.
Charlotte, todavía mi profesora, me dio un beso en la cara.
- Sabes, luces bastante mayor para tener...
- Diecisiete.
- Eso...
Charlotte subió a su taxi y se alejó.
Subimos rápido las escaleras caracol hasta llegar a mi segundo piso en Chacarilla. Allí nos encerramos con llave y contemplamos de cerca la marihuana brillante que habíamos conseguido. Era una hierba excelente que nos daría grandes resultados.
Marc gritó:
- ¡Vamos a fumar!
Saqué un papel y me puse a trabajar en aquel troncho. Le exigí a Marc que pusiera el disco que Bob Dylan que estaba encima de la nevera, pero no me hizo caso. Puso radio y empezó a sonar “Flaca” de Andrés Calamaro. De inmediato recordé el video clip de esa canción en MTV.
- Vamos, cambia eso.
Deshacía los moños, los hacía pedazos. La hierba había venido envuelta en un papel aluminio y estaba tan pero tan fresca que se podía oler a kilómetros de distancia.
- Pero es la canción de moda...
- Por eso mismo, cambia ya esa mierda.
Marc esperó a que terminara la canción. En realidad, todo hacía que me acordara de Charlotte. No podía esperar a fumar un poco y olvidarme de ella para siempre (como si la hierba fuera una especie de vino del olvido) saqué el papel de fumar e intenté armarlo. Fue inútil. Rompí el papel y el troncho se arruinó. Recordé una vez más el video de Calamaro de “Flaca” y aguanté las ganas de pararme y empezar a dar de tumbos por toda la habitación. Charlotte me había arruinado la vida: por su culpa me había rehusado a ingresar a la Universidad, y por su culpa estaba allí armando un wiro durante el verano, y por su culpa escribía una novela ambientada en los años sesentas...
Calamaro filmaba la ciudad de Buenos Aires desde su limosina. Leía un libro, fumaba cigarrillos, bebía mate por uno de esos aparatitos. Yo acabé de armar el wiro. Marc, que todavía llevaba aquel bividí, su ropa de baño y sandalias, se acercó.
- ¿Y tus viejos?
- Ellos no se darán cuenta. Ni siquiera suben para saber cómo estoy.
- ¿Estás seguro?
- Dalo por hecho.
Prendí el canuto y en seguida prendí el incienso.
Andrés Calamaro llega a una bahía desolada y arroja la caja envuelta en papel de regalo.
- Sigues pensando en Charlotte, ¿verdad?
Succioné una vez más ese varulo. Moví mi cabeza de arriba a abajo. La canción terminó.
- Vamos, Marcel.
Le pasé el troncho. Me puse de pié. Marc dio un par de pitadas y me lo extendió de nuevo. Bob Dylan sonreía de manera distinta. Puse el disco Highway Revisited y localicé la canción “Queen Jane aproximately”.
- Vamos, Marcel, no todo es Bob Dylan en este mundo...
Sonreí a la fuerza, hice una mueca.
- Es cierto. También hay mucha cachimba y tecnocumbia.
Me dejé caer en el sillón verde ubicado en medio de mi sala. Marc se rió. Me preguntó:
- ¿Te sientes bien?
Moví mi cabeza diciendo: no, no, no...
- Vamos Marcel, ya olvídala.
Seguí moviendo mi cabeza: no, no, no...
- ¡¡Aj!!
- ¿Qué te sucede?
- He descubierto algo grande.
Miré a ambos lados.
- ¿Cómo? ¿Qué cosa?
Milagros se tapó los labios y contuvo la respiración. En seguida estiró sus dos brazos al cielo elevado y empezaron a caer gotas de lluvia en forma de rocío por la mañana.
- Habla de una vez.
- ¿Todavía recuerdas que me dijiste que te gustaba la profesora de literatura?
Milagros rió.
- ¡Ja, ja, ja!
- No dije que me gustara. Dije que me atraía...
- Es igual. ¿Lo recuerdas?
- Claro.
- Pues tengo una lamentable noticia para ti.
Aguardé un segundo.
- Habla de una vez.
- Es lesbiana.
- ¿Quién?
- La Nolteus.
- No digas eso.
- Pero es cierto.
Miré a mi alrededor. La cafetería estaba abarrotada de gente estudiando y gente comiendo. A nuestro costado un par de chicos afeminados debatían preguntas y respuestas de su último examen. Era horrible.
- ¿Y eso qué importa?
- ¿Cómo que qué importa?
- Eso mismo. No me interesa si la Nolteus es lesbiana o no...
Milagros volvió a reírse.
- Claro...
De pronto me di cuenta que Milagros no estaba sola, tenía una amiga a su costado. Y ambas reían estrepitosamente.
- ¡Ajjj! Siempre supe que esta tía tenía algo raro en la cabeza -comentó.
- Sí, es cierto.
Ambas me miraron.
Yo volví a ensimismarme en Ponche de ácido lisérgico.
- Marcel, no actúes como si no te importase -dijo Milagros después de un rato.
- Es una gran noticia -opinó su amiga.
- Esa Nolteus es una enferma total -añadió otra.
- Hay que tener mucho cuidado, chicas. No nos vaya a violar.
- Ahhh, no... -exclamó Milagros- Yo no vuelvo a entrar a su clase. Ni loca.
- Sí amigas es cierto.
- Una pregunta... -Una chica de lentes, completamente horrible, se acercó a la mesa- ¿Alguna de ustedes sabe qué es un ganglio?
- ¡Un ganglio!
Intenté mantenerme sumergido en la lectura.
- ¿No es algo del aparato reproductor femenino?
- No, no, no...
- Yo tengo una tía que dice que tiene cáncer de eso...
- Ah, ya sé. Un ganglio es eso que se mete la Nolteus por la vagina...
- No hablen huevadas -les dije.
- Aquí dice que un ganglio es una especie de pelota carnosa...
Tomé mis cosas y apuré el paso.
En la casa de Walter, durante aquella tarde de invierno en la que se fue la luz en 1999, prendimos una de aquellas velas que compré en la bodega y nos pusimos a fumar otro poco más de hashís de mi pipa.
Walter tosió estrepitosamente.
- ¡Cock! ¡Cock! ¡Cock!
- Tranquilo amigo -susurró Gustavo.
Walter se puso rojo como un tomate y desapareció en su cocina buscando un poco de agua mineral.
- ¿Y qué es de tu novela, Marcel?
La luz de las velas era tenue y le daba a la escena un aire desolador. En casa de Walter todos estábamos con miedo por la inminente llegada de sus padres y el olor a hashís del lugar. Inserté un par de mis pilas en una radio portátil y empezamos a escuchar interferencia.
- Estoy dándole los últimos toques finales...
- Ya veo.
Y en seguida:
- Ha sido un camino difícil, ¿no?
Moví mi cabeza de arriba a abajo, agregué:
- Ha sido un camino largo y sinuoso...
Permanecemos callados ante la oscuridad de la habitación.
Seguí fumando. La habitación se llenó de humo en escasos minutos. Contemplamos una serie de sombras extrañas y apocalípticas que se formaron alrededor nuestro. Bob Dylan cantaba: “When your mother sends back all your invitations” y Marc sostenía con una sola mano el control remoto y lo manipulaba (a pesar de que la televisión estaba en una habitación aparte) completamente ensimismado en eso, apretando botones y haciendo muecas burlonas.
Finalmente Marc dejó el control remoto a un lado y se puso de pié.
- Estoy muy drogado, mejor me voy a casa.
- Ya, no seas gay...
Yo todavía le daba las últimas pitadas a aquel cigarro de marihuana enorme entre mis dedos.
Marc miró por un segundo la nada.
- No sé...
Y en seguida.
- Creo que nada tiene sentido.
Pensé un minuto en Charlotte.
Seguí marchando sobre mis ideas en mi intranquilo cerebro.
- Claro que tiene sentido...
Di tumbos por aquí y por allá. Manipulé mis cuadernos donde tenía escrito un primer capítulo (el primero, el primer capítulo después de años de intentarlo) y le dije que esta era una historia fascinante acerca de un chico que se vuelve hippie y estudia en Berkeley...
- Sí, pero no es más que literatura.
Di un par de saltos. Finalmente me entró una ansiedad atroz e invadí la cocina y nos pusimos a comer. Saqué una pieza grande de salame y la partimos en pedacitos.
- Marc, yo tengo un miedo atroz a quedar en el olvido... -Partimos un pan tolete e hicimos un montón de comida.- Imagina, después de haber vivido todo lo que he vivido, todo lo que he sufrido. Perderse en el olvido... ese es el temor más grande que tengo en el mundo...
Miré a mi alrededor.
- ¿Crees que nos sirva para algo? -preguntó.
Marc estaba con los ojos muy rojos, como si hubiera estado llorando, y parecía asustado.
- ¿Qué cosa?
- Tanta hierba...
Muy tarde a la noche, volvería a fumar. Escribiría demasiado poco y me iría a dormir angustiado. Pero cuando Marc me dijo aquello, agaché la cabeza y miré largo rato el piso.
“QUÉ TRISTE SERÍA MI VIDA SIN TI” dice una pared blanca de ladrillo, ruinosa, en una de las primeras cuadras de la avenida Primavera.
El atardecer dura varios minutos. Sin pensarlo he quedado enfrascado en una luminosidad grotesca. La gente no deja de estar en movimiento. Alrededor mío todos son caras y bocas (pero llevan diferentes atuendos y tienen distintas maneras de caminar este verano).
Yo solo recuerdo:
- Marcel.
- Profesora.
- Leí su texto.
- En serio.
- Creo que tienes mucho talento.
- ¿Usted piensa?
- Eres demasiado idealista.
- ¿Pero eso es un problema?
- Puede ser un gran problema.
Asentí.
- Pero en su caso, yo lo veo...
- Usted lo ve...
- Por favor, Marcel, ya deja de tratarme de usted.
Miré la pista y el asfalto.
- ¿Cómo decirlo? -Charlotte hablaba demasiado. Estaba vestida muy mal (llevaba un saco marrón y unas sandalias) y la gente a mi alrededor siempre la miraban con ojos desorbitados, como diciendo...
- ¿Por qué?
- Por qué qué, profesora.
Meneo la cabeza, y su pelo rizado y abultado en su espalda se movió con ella. En realidad parecía una chica loca de los años setentas como una Virginia Woolf liberada de todo prejuicio, o una protestante de la universidad de Berkeley en los años sesentas...
- Tu tema, Marcel.
- Así que es mi tema.
Charlotte Nolteus sonrió.
- Me refiero a que tu tema es muy extraño. Es muy raro, en sí, que alguien escriba...
- ¿Extraño por qué?
- Quizás por la época...
- Entiendo.
- Tiene muy poco que ver con tu entorno.
Y en seguida Charlotte divagó.
- Pero eso no quiere decir otra cosa que tienes una gran capacidad de imaginación.
Sonreí.
Charlotte Nolteus preguntó:
- Dime, te apetece comer algo.
Me alarmé. Milagros y algunas amigas suyas miraron la escena excitadas.
Volví a sonreír.
- ¿Qué dices?
De repente me encontré muy confundido. Miré el KFC detrás mío. Charlotte Nolteus observó a Milagros y a sus amigas con una expresión desconcertante, era como si nada en el mundo le interese lo suficiente. Excepto yo.
- ¿Un café?
Meneé la cabeza.
- Sale.
Charlotte Nolteus paró un taxi y nos alejamos.
¿Para qué estar bien?
- No pienso quedarme viendo Starsky & Hutch todo el día.
Se puede estar mal. Pero nunca es suficiente. Puedes sentarte frente a la PC e imaginar que tienes un mundo de probabilidades a tus pies. Puedes hacer eso, y muchas otras cosas más (como escribir poemas todo el día o mirar el hilo conductor de las cosas) pero nunca es suficiente, siempre está de más. Siempre hay alguien aguardando algo. Haga lo que haga, siempre va a estar de más si no me siento a escribir mi novela.
- No pienso quedarme viendo Starsky & Hutch todo el día.
Mala actitud la mía esa de pensar en Charlotte y repetir constantemente en mi cerebro que es una puta. Ya es invierno de 1998 y todavía no recibo noticias. Nadie ha llamado a preguntar nada, nadie a llamado a nadie. Nadie ha estado tan solo en el mundo. Nadie intentó jamás escribir con tanto ahínco. A nadie nunca le interesó nadie.
- No pienso quedarme viendo Starsky & Hutch todo el día.
No quiero pensar que mañana más tarde ella vendrá y yo seguiré aquí esperándola.
- No pienso quedarme viendo Starsky & Hutch todo el día.
Cuando me llame por teléfono yo ya voy a estar estudiando en la Universidad (será agosto) y voy a estar exactamente igual que ahora (sentado frente de mi PC escribiendo como un degenerado, con el pelo revuelto y confundido entre personajes imaginarios de un sábado nublado en que me desperté tarde, cerca de las once) y caminaré impaciente entre montañas de ropa usada y montañas de ropa limpia sin planchar, me revolcaré entre papeles indescifrables y desistiré en mi lucha contra el sueño. Caeré tendido encima de la luz blanca del mediodía (exactamente igual a la luz estroboscópica de las tres de la mañana) y repetiré:
- Aló.
- Marcel.
Deletreará palabras como he-venido, estoy-en-la-maldita-ciudad, quiero-verte, te-he-extrañado. Y yo todavía incrédulo le diré entre dormido y aliviado que no sé nada, que ni siquiera sé que mierda de hora es y que anoche las cervezas y las putas, que John Martínez me llevó a tientas por el jirón Quilca buscando algo bueno qué fumar, y terminamos en un cabaret extraño llamado “La Gruta Azul” en donde muchas putas bailaron y se quitaron su ropa interior de plástico.
Le preguntaré exactamente qué es lo que quiere:
- Quiero verte.
Asfixiaré mi malestar con saliva. Vomitaré flema acuosa. Recordaré los pocos minutos en los que Charlotte Nolteus y yo fuimos felices confundidos entre recitales de poca monta, libros y conversaciones inútiles cerca de mi particular punto de vista con respecto a la literatura. O aquella vez que miraba el humo ascendente de su cigarrillo y le pregunté:
- ¿Qué sucede?
Y ella me dijo:
- Nada.
- Ha pasado mucho tiempo -le diré por teléfono- y he sufrido mucho angustiado, esperando este momento. Sé que estás radiante y sé que quieres volver, pero deberías tener un poco de compasión y pensar en mí...
O sino:
- Ha pasado mucho tiempo y muero de ganas de verte aunque sea un instante.
Pero en cualquiera de los dos casos yo termino mal.
Y mientras esto no sucede intento ambientar una escena imprescindible de mi novela este sábado muerto de cielo gris y abandono. Mientras Charlotte Nolteus no llama yo puedo confesar un amor inusitado ante su terrible ausencia.
Pero qué trato de decir con todo esto...
¿Para qué estar bien?
- No quiero que te dignes a venir aquí por pena o por soledad...
El teléfono inalámbrico suena.
- No quiero que suene el teléfono y pensar que eres tú.
Cuando contesto la señora Beltrán ya ha descolgado y me dice: Marcel, es para ti. Sugiero un par de cosas de las que he pensado antes, pero no las organizo bien. Y Charlotte lo único que me dice es:
- No pienso quedarme viendo Starsky & Hutch todo el día.
Nos sentamos en un parque cerca a Casuarinas, donde los automóviles no llegan con tanta furia y la calle luce desolada. Yo digo que se parece a Chaclacayo por las paredes de ladrillo rojo y las enredaderas que hay a continuación. Y este parque: extraño, pequeño. Tiene unos cinco metros cuadrados de concreto y una pared también de ladrillo (pero después de esta pared ya no hay nada, y vemos de allí el cerro Casuarinas desde lejos) pero yo solo pienso en seguir caminando y seguir fumando este poco de hashís y olvidarme de todo el mundo para siempre. A mí nadie nunca me ha servido para nada.
Nos sentamos y prendemos con mi pipa otro poco de hashís y fumamos. La ciudad está a oscuras.
Entonces les explico un poco lo que me pasó con Charlotte. Les hablo de todos los libros míos que ella tiene, de todas las cosas mías con las que se quedó. Algunas cosas que están en su casa, aquí en Lima, y otras tantas cosas que se llevó al Cuzco. Finalmente les digo que hay mujeres, chicas excelentes con las cuales acostarse por una sola noche. Hay momentos en la vida, hay algunos besos que uno quisiera congelarlos en el tiempo. Incluso, hay veces, en las que uno prefería no haber fumado, ni haber tomado nada, para así recordarlos mejor. Y hay mujeres a los que uno les da todo en esta vida y lo único que hacen para remediarte un poco la vida es comprarte una estúpida pipa para que te sigas matando los pulmones.
Gustavo asiente y vuelve a prender la pipa. Nuestras caras de iluminan un solo instante.
- Llega el momento en que uno no sabe qué es mejor y qué es peor.
Hay amores que duran un minuto, y hay situaciones en las que uno no quisiera estar involucrado.
Walter asiente.
- Así se dice, amigo.
Una luz amarilla en el parque nos hace volver a la realidad. Una camioneta Serenazgo lleva las luces prendidas y zigzaguean unas con otras en un tono azul en la estrecha calle. La camioneta avanza lento. A continuación los muchachos y yo cogemos nuestras cosas y decidimos huir.
Acelerado, intenté calcular la edad de Charlotte. No pude hacerlo. Yo era demasiado joven en cualquier caso. Me había traído en taxi y me había sentado en un café en el centro de Miraflores. Con las justas pude balbucear un par de “gracias” “gracias” pero nada de esto la detenía ni la hacía pensar por un segundo qué estaba haciendo. Charlotte Nolteus seguía voraz sus instintos.
Y en lugar de actuar de manera normal, decías cosas como “cuando se puede, se puede” pero eso no significaba nada, y tampoco tenía la más mínima lógica, en realidad, no encajaba en ningún tipo de contexto.
- Exactamente, ¿qué me has pasado?
- ¿Eh?
- ¿Qué es lo que me has dado? ¿Un cuento, una novela?
- Una novela.
- Guau.
Miré la calle. El parque Kennedy estaba sumergido en una inmensa neblina.
- ¿Y cuándo la vas a terminar?
Me reí.
- Ni idea.
Charlotte prendió otro cigarrillo. Había apagado uno y ahora prendía otro. Eran cigarrillos caros. Me miró a través de sus lentes de monturas negras y agregó:
- ¿Estás disgustado por algo?
- No... no, es solo que no vengo a lugares así siempre.
- ¿Por qué?
- No sé. Creo que hacen sentir extraño.
- Ya veo. ¿Cuánto es que tienes?
- ¿Qué?
- ¿Cuántos años...?
- Diecisiete, ya te lo había dicho.
- Sí. Tienes razón.
Hubo un silencio.
- Una pregunta.
- Dime.
- Tú ya has publicado...
- Sí.
- ¿Qué cosas?
Charlotte hizo equilibrio con la ceniza de su cigarrillo, la llevó hasta el cenicero y la tiró.
- Un poemario.
- Ah.
Y en seguida:
- ¿Y qué tal?
- ¿Qué cosa?
- El poemario.
- ¿Cómo que qué tal?
- No sé.
Charlotte me miró a los ojos.
- Digamos que pasó algo desapercibido.
- Mmm...
Eso podía significar muchas cosas.
- También publiqué, hace poco, una docena de ensayos...
- Aja.
- Acerca de la mujer y su entorno.
- Claro.
- Este no pasó tan desapercibido. Lo publiqué con una editorial más o menos...
- Ya.
Dio una calada a su mentolado. Movió la cabeza. Llegaron con los cappuccinos y volví a agradecer sistemáticamente al mozo y a Charlotte. Ambos me miraron fuertemente desanimados.
- Oye, Charlotte, lo lamento mucho.
- ¿Qué cosa?
Y en seguida:
- No tienes que lamentarte por nada. Nunca.
Pensé en eso un segundo.
- El solo que, esto...
- ¿Qué cosa?
- El lugar -murmuré- no me gusta.
Charlotte se angustió.
- ¿De qué estás hablando?
- No sé.
Le conté que sufría paranoia, problemas para reaccionar correctamente el lugares públicos, mi interior dramatización de los actos, mi sensibilidad artística, mi vocación de escritor y mi inminente visión adolescente de las cosas. Que cada vez que entraba en un lugar como aquel café en el centro de Miraflores, me sentía como un punto negro que resaltaba entre todos, produciendo reacciones desagradables. Porque mi camisa, así como mi pantalón y mi casaca no coincidían con los de los demás. Mi propio cerebro intranquilo no coincidía con el de los demás. En el fondo yo no era más que un hippie que no se bañaba.
- ¿No te bañas?
Charlotte sonreía. Nunca pude diferenciar con ella entre una sonrisa amarga y una sonrisa normal. Pude interpretar entonces su cuerpo y rescatar de él lo más importante. Eran sus gestos, sus ademanes, y el interminable impulso de sus palabras y de sus actos.
Moví mi cabeza de un lado a otro.
- Lo que pasa es que escribir me es muy difícil. Intento dar lo mejor de mí, pero no sé...
Charlotte acaricio mi cabeza, dijo que estaba bien.
- Todavía eres muy joven. Vas a ser grande, créeme.
Eso podía significar cualquier cosa, en realidad.
- Sí pero el tiempo se acaba.
- ¿Cómo que se acaba?
- Todo. El mundo se va a acabar.
- El mundo no se va a acabar.
- Eso es lo que tu crees.
Charlotte Nolteus rió. En seguida se tranquilizó un tanto y prendió otro cigarrillo. Volvió con tono sombrío. Me preguntó por mí, por dónde vivía. Dónde paraba. Qué tipo de cosas hacía el fin de semana. Me preguntó si iba a recitales, si tenía alguna revista, si había participado alguna vez en algo, si era comunista, qué pensaba de Mariátegui. A todo le respondí con un montón de ambigüedades. Finalmente acabamos el cappuccino y Charlotte y yo nos pusimos de pié.
Le pregunto a Milagros un día antes del examen de admisión que cómo averiguó que Charlotte Nolteus era lesbiana. Ella parece no hacerme mucho caso en un principio, pero en seguida se acerca inesperadamente y me cuenta que tiene un amigo cercano cuya tía resultó ser Charlotte.
Este amigo suyo vive por Surco, no muy lejos de aquí, dice. Y este chico nunca pareció estar muy interesado por nada en el mundo, pero cuando Milagros le contó que tenía una profesora de literatura con dichas características, se le iluminaron los ojos.
Yo le pregunto que cómo así sucedió todo, e indago un tanto en mis propias ideas con respecto a ella y al supuesto sobrino de Charlotte. Exijo más información. Milagros me dice finalmente que este amigo suyo, junto a una de sus primas, sobrinas directas de Charlotte Nolteus, han divagado muchas veces acerca del tema y aseguran conocer todos sus secretos.
Yo le pregunto que cuales secretos. Que solo quiero saber por qué insisten tanto en que Charlotte es lesbiana, y si es así, ¿qué tiene que ver con todo esto? Milagros me mira confundida.
- Escucha bien -me dice-, te lo explicaré todo.
Milagros me mira sobresaltada.
- Continúa.
- La mamá de Charlotte siempre fue pobre. Enviudó. Tuvo una primera hija a la que llamó Malena. Finalmente... algo pasó. Se volvió a casar con... su jefe, un tal Nolteus. Bueno, la cosa es que tuvo una segunda hija. Hasta ahí todo bien. Su primera hija se casó con Victor Augusto Ramallo, un viejo, uno de los tipos fuertes del gobierno. Cuando nadie se lo esperaba, nació Carla...
- ¿Carla?
Milagros sonrió.
- Sé bastante, ¿no?
Moví mi cabeza de un lado a otro. En el patio de la academia horrible donde estudiaba había un montón de gente caminando sin dirección. A nadie le interesaba nada.
- ¿Entonces?
- Entonces nada. Eso es todo lo que sé.
Milagros continuó su camino. Miré por última vez la punta de mis zapatos. Qué era todo esto. Una broma absurda, un complot en contra mío. Y por qué anoche había soñado con un camino lleno de hojas de otoño, en un parque abandonado, donde tomé a Charlotte de la mano (yo estaba vestido con un saco oscuro y un jeans desgastado) y la llevé por un sendero sinuoso que no nos devolvió a ninguna parte.
Me dijo que tenía veinticinco años y se detuvo sobre sus mismas palabras. Yo le dije que no tenía primer capítulo para mi novela y me noté visiblemente contrariado. Ella me dijo que la próxima semana acababan clases, que se iba al Cuzco, que tenía una novia y una relación qué mantener. Dice que su próximo golpe es un cuento largo. Dice que tiene que trabajar en ello. Es inminente. Me cuenta que se fue de su casa más o menos a mi edad. Que su primera novia fue una gorda que conoció por correspondencia y de ella solo se acuerda su primera ida al Cuzco, los golpes en la pared cuándo se negó a meterse a la cama con ella y las noches en que imagino que todo iba a estar bien. Que las cosas, cuando intentas traerlas a la realidad son muy difíciles y muy distintas a como uno las imagina en el papel.
Finalmente, Charlotte tambalea un poco ante el atardecer de la ciudad y me mira. Yo agacho la cabeza y observo la punta de mis zapatos con ansiedad.
- No todo es tan bueno -le digo- no todos somos iguales nunca.
- Es cierto.
Y en seguida.
- Estoy tan cansada. Lima es tan distinta a París.
Afirmación con la cabeza.
- Lima es tan difícil.
Charlotte dice:
- Me haces sentir tan vieja
Mala actitud la mía esa de pensar que la profesora de literatura en la academia horrible donde me encontraba coqueteaba conmigo. En realidad, lo único que hacía era guiñarme un ojo de vez en cuando e interesarse un tanto en mi aspecto. Finalmente (creo que fue un día lunes) después de salir de clases esperé a que Milagros terminara de discutir con ella algo del Siglo de oro español (creo que Milagros no entendía bien que el Siglo de oro español era precisamente español) y la profesora, Charlotte Nolteus, le gritaba:
- Escucha, ¿ves esta lista? ¿la vez? Aquí están los del RENACIMIENTO, ¿puedes leer RENACIMIENTO? Aquí ¿ves?. No tiene nada que ver con el Siglo de oro español...
Finalmente Charlotte terminó de hablar con ella, cogió su maleta y se dirigió a la puerta. Me preguntó, consternada:
- Marcel, hijo, ¿podrías explicarle el curso a tu amiga?
Lancé una risa.
- ¿Y cómo piensa que yo voy a hacer que ella se lo aprenda?
Charlotte Nolteus firmó el registro académico.
- Mira. Yo sé que tu eres un chico inteligente. Si te interesa tu amiga puedes hacer que lea algo de Petrarca o de Sor Juana Inés de la Cruz...
Yo estaba vestido con una camisa de franela azul a cuadros y un polo medio psicodélico. Cualquiera es cualquiera, y pudo tomarme como un chibolo más entre todos en el salón (tenía el pelo largo y saludable, lleno de rulos, y también llevaba un jeans azul medio decolorado y una sonrisa estúpida en la cara) pero Charlotte Nolteus siguió voraz sus instintos.
- Dudo que yo pueda obligar a que alguien más lea... -finalicé.
Milagros metió todas sus cosas en su mochila y salió del salón haciendo una mueca indescifrable.
- Tu amiga no respeta mucho a los profesores, verdad.
Volví a reírme.
- Es un tanto rebelde.
- ¿Y tú también eres un rebelde?
- No.
Salimos. Afuera era un día helado de julio de 1997.
- Seguro te gusta leer, eres el que más interviene en clase.
Me mantuve callado.
- Lo que pasa es que yo quiero ser escritor.
- ¿Hablas en serio?
- Claro que sí.
Charlotte miró la avenida que se extendía entre árboles y postes de luz grises.
- Yo también soy escritora.
- En serio. Y como qué cosas escribes -le pregunté.
- De todo un poco, cuentos, ensayos, poesía, novelas...
Charlotte Nolteus prendió un cigarrillo. Miré a mi alrededor. Luz del día nos daba cierto aspecto.
- Ah, entonces escribes en general.
- Eso depende mucho de mi estado de ánimo, y lo demás.
Charlotte Nolteus, todavía mi profesora, paró un taxi.
- Apuesto a que has leído a Kerouac... -alcanzó a decir.
- Claro...
- Muy bien, ya me enseñarás algo que hayas escrito la próxima clase.
- Por supuesto.
Charlotte, todavía mi profesora, me dio un beso en la cara.
- Sabes, luces bastante mayor para tener...
- Diecisiete.
- Eso...
Charlotte subió a su taxi y se alejó.
Subimos rápido las escaleras caracol hasta llegar a mi segundo piso en Chacarilla. Allí nos encerramos con llave y contemplamos de cerca la marihuana brillante que habíamos conseguido. Era una hierba excelente que nos daría grandes resultados.
Marc gritó:
- ¡Vamos a fumar!
Saqué un papel y me puse a trabajar en aquel troncho. Le exigí a Marc que pusiera el disco que Bob Dylan que estaba encima de la nevera, pero no me hizo caso. Puso radio y empezó a sonar “Flaca” de Andrés Calamaro. De inmediato recordé el video clip de esa canción en MTV.
- Vamos, cambia eso.
Deshacía los moños, los hacía pedazos. La hierba había venido envuelta en un papel aluminio y estaba tan pero tan fresca que se podía oler a kilómetros de distancia.
- Pero es la canción de moda...
- Por eso mismo, cambia ya esa mierda.
Marc esperó a que terminara la canción. En realidad, todo hacía que me acordara de Charlotte. No podía esperar a fumar un poco y olvidarme de ella para siempre (como si la hierba fuera una especie de vino del olvido) saqué el papel de fumar e intenté armarlo. Fue inútil. Rompí el papel y el troncho se arruinó. Recordé una vez más el video de Calamaro de “Flaca” y aguanté las ganas de pararme y empezar a dar de tumbos por toda la habitación. Charlotte me había arruinado la vida: por su culpa me había rehusado a ingresar a la Universidad, y por su culpa estaba allí armando un wiro durante el verano, y por su culpa escribía una novela ambientada en los años sesentas...
Calamaro filmaba la ciudad de Buenos Aires desde su limosina. Leía un libro, fumaba cigarrillos, bebía mate por uno de esos aparatitos. Yo acabé de armar el wiro. Marc, que todavía llevaba aquel bividí, su ropa de baño y sandalias, se acercó.
- ¿Y tus viejos?
- Ellos no se darán cuenta. Ni siquiera suben para saber cómo estoy.
- ¿Estás seguro?
- Dalo por hecho.
Prendí el canuto y en seguida prendí el incienso.
Andrés Calamaro llega a una bahía desolada y arroja la caja envuelta en papel de regalo.
- Sigues pensando en Charlotte, ¿verdad?
Succioné una vez más ese varulo. Moví mi cabeza de arriba a abajo. La canción terminó.
- Vamos, Marcel.
Le pasé el troncho. Me puse de pié. Marc dio un par de pitadas y me lo extendió de nuevo. Bob Dylan sonreía de manera distinta. Puse el disco Highway Revisited y localicé la canción “Queen Jane aproximately”.
- Vamos, Marcel, no todo es Bob Dylan en este mundo...
Sonreí a la fuerza, hice una mueca.
- Es cierto. También hay mucha cachimba y tecnocumbia.
Me dejé caer en el sillón verde ubicado en medio de mi sala. Marc se rió. Me preguntó:
- ¿Te sientes bien?
Moví mi cabeza diciendo: no, no, no...
- Vamos Marcel, ya olvídala.
Seguí moviendo mi cabeza: no, no, no...
- ¡¡Aj!!
- ¿Qué te sucede?
- He descubierto algo grande.
Miré a ambos lados.
- ¿Cómo? ¿Qué cosa?
Milagros se tapó los labios y contuvo la respiración. En seguida estiró sus dos brazos al cielo elevado y empezaron a caer gotas de lluvia en forma de rocío por la mañana.
- Habla de una vez.
- ¿Todavía recuerdas que me dijiste que te gustaba la profesora de literatura?
Milagros rió.
- ¡Ja, ja, ja!
- No dije que me gustara. Dije que me atraía...
- Es igual. ¿Lo recuerdas?
- Claro.
- Pues tengo una lamentable noticia para ti.
Aguardé un segundo.
- Habla de una vez.
- Es lesbiana.
- ¿Quién?
- La Nolteus.
- No digas eso.
- Pero es cierto.
Miré a mi alrededor. La cafetería estaba abarrotada de gente estudiando y gente comiendo. A nuestro costado un par de chicos afeminados debatían preguntas y respuestas de su último examen. Era horrible.
- ¿Y eso qué importa?
- ¿Cómo que qué importa?
- Eso mismo. No me interesa si la Nolteus es lesbiana o no...
Milagros volvió a reírse.
- Claro...
De pronto me di cuenta que Milagros no estaba sola, tenía una amiga a su costado. Y ambas reían estrepitosamente.
- ¡Ajjj! Siempre supe que esta tía tenía algo raro en la cabeza -comentó.
- Sí, es cierto.
Ambas me miraron.
Yo volví a ensimismarme en Ponche de ácido lisérgico.
- Marcel, no actúes como si no te importase -dijo Milagros después de un rato.
- Es una gran noticia -opinó su amiga.
- Esa Nolteus es una enferma total -añadió otra.
- Hay que tener mucho cuidado, chicas. No nos vaya a violar.
- Ahhh, no... -exclamó Milagros- Yo no vuelvo a entrar a su clase. Ni loca.
- Sí amigas es cierto.
- Una pregunta... -Una chica de lentes, completamente horrible, se acercó a la mesa- ¿Alguna de ustedes sabe qué es un ganglio?
- ¡Un ganglio!
Intenté mantenerme sumergido en la lectura.
- ¿No es algo del aparato reproductor femenino?
- No, no, no...
- Yo tengo una tía que dice que tiene cáncer de eso...
- Ah, ya sé. Un ganglio es eso que se mete la Nolteus por la vagina...
- No hablen huevadas -les dije.
- Aquí dice que un ganglio es una especie de pelota carnosa...
Tomé mis cosas y apuré el paso.
En la casa de Walter, durante aquella tarde de invierno en la que se fue la luz en 1999, prendimos una de aquellas velas que compré en la bodega y nos pusimos a fumar otro poco más de hashís de mi pipa.
Walter tosió estrepitosamente.
- ¡Cock! ¡Cock! ¡Cock!
- Tranquilo amigo -susurró Gustavo.
Walter se puso rojo como un tomate y desapareció en su cocina buscando un poco de agua mineral.
- ¿Y qué es de tu novela, Marcel?
La luz de las velas era tenue y le daba a la escena un aire desolador. En casa de Walter todos estábamos con miedo por la inminente llegada de sus padres y el olor a hashís del lugar. Inserté un par de mis pilas en una radio portátil y empezamos a escuchar interferencia.
- Estoy dándole los últimos toques finales...
- Ya veo.
Y en seguida:
- Ha sido un camino difícil, ¿no?
Moví mi cabeza de arriba a abajo, agregué:
- Ha sido un camino largo y sinuoso...
Permanecemos callados ante la oscuridad de la habitación.
Seguí fumando. La habitación se llenó de humo en escasos minutos. Contemplamos una serie de sombras extrañas y apocalípticas que se formaron alrededor nuestro. Bob Dylan cantaba: “When your mother sends back all your invitations” y Marc sostenía con una sola mano el control remoto y lo manipulaba (a pesar de que la televisión estaba en una habitación aparte) completamente ensimismado en eso, apretando botones y haciendo muecas burlonas.
Finalmente Marc dejó el control remoto a un lado y se puso de pié.
- Estoy muy drogado, mejor me voy a casa.
- Ya, no seas gay...
Yo todavía le daba las últimas pitadas a aquel cigarro de marihuana enorme entre mis dedos.
Marc miró por un segundo la nada.
- No sé...
Y en seguida.
- Creo que nada tiene sentido.
Pensé un minuto en Charlotte.
Seguí marchando sobre mis ideas en mi intranquilo cerebro.
- Claro que tiene sentido...
Di tumbos por aquí y por allá. Manipulé mis cuadernos donde tenía escrito un primer capítulo (el primero, el primer capítulo después de años de intentarlo) y le dije que esta era una historia fascinante acerca de un chico que se vuelve hippie y estudia en Berkeley...
- Sí, pero no es más que literatura.
Di un par de saltos. Finalmente me entró una ansiedad atroz e invadí la cocina y nos pusimos a comer. Saqué una pieza grande de salame y la partimos en pedacitos.
- Marc, yo tengo un miedo atroz a quedar en el olvido... -Partimos un pan tolete e hicimos un montón de comida.- Imagina, después de haber vivido todo lo que he vivido, todo lo que he sufrido. Perderse en el olvido... ese es el temor más grande que tengo en el mundo...
Miré a mi alrededor.
- ¿Crees que nos sirva para algo? -preguntó.
Marc estaba con los ojos muy rojos, como si hubiera estado llorando, y parecía asustado.
- ¿Qué cosa?
- Tanta hierba...
Muy tarde a la noche, volvería a fumar. Escribiría demasiado poco y me iría a dormir angustiado. Pero cuando Marc me dijo aquello, agaché la cabeza y miré largo rato el piso.
“QUÉ TRISTE SERÍA MI VIDA SIN TI” dice una pared blanca de ladrillo, ruinosa, en una de las primeras cuadras de la avenida Primavera.
El atardecer dura varios minutos. Sin pensarlo he quedado enfrascado en una luminosidad grotesca. La gente no deja de estar en movimiento. Alrededor mío todos son caras y bocas (pero llevan diferentes atuendos y tienen distintas maneras de caminar este verano).
Yo solo recuerdo:
- Marcel.
- Profesora.
- Leí su texto.
- En serio.
- Creo que tienes mucho talento.
- ¿Usted piensa?
- Eres demasiado idealista.
- ¿Pero eso es un problema?
- Puede ser un gran problema.
Asentí.
- Pero en su caso, yo lo veo...
- Usted lo ve...
- Por favor, Marcel, ya deja de tratarme de usted.
Miré la pista y el asfalto.
- ¿Cómo decirlo? -Charlotte hablaba demasiado. Estaba vestida muy mal (llevaba un saco marrón y unas sandalias) y la gente a mi alrededor siempre la miraban con ojos desorbitados, como diciendo...
- ¿Por qué?
- Por qué qué, profesora.
Meneo la cabeza, y su pelo rizado y abultado en su espalda se movió con ella. En realidad parecía una chica loca de los años setentas como una Virginia Woolf liberada de todo prejuicio, o una protestante de la universidad de Berkeley en los años sesentas...
- Tu tema, Marcel.
- Así que es mi tema.
Charlotte Nolteus sonrió.
- Me refiero a que tu tema es muy extraño. Es muy raro, en sí, que alguien escriba...
- ¿Extraño por qué?
- Quizás por la época...
- Entiendo.
- Tiene muy poco que ver con tu entorno.
Y en seguida Charlotte divagó.
- Pero eso no quiere decir otra cosa que tienes una gran capacidad de imaginación.
Sonreí.
Charlotte Nolteus preguntó:
- Dime, te apetece comer algo.
Me alarmé. Milagros y algunas amigas suyas miraron la escena excitadas.
Volví a sonreír.
- ¿Qué dices?
De repente me encontré muy confundido. Miré el KFC detrás mío. Charlotte Nolteus observó a Milagros y a sus amigas con una expresión desconcertante, era como si nada en el mundo le interese lo suficiente. Excepto yo.
- ¿Un café?
Meneé la cabeza.
- Sale.
Charlotte Nolteus paró un taxi y nos alejamos.
¿Para qué estar bien?
- No pienso quedarme viendo Starsky & Hutch todo el día.
Se puede estar mal. Pero nunca es suficiente. Puedes sentarte frente a la PC e imaginar que tienes un mundo de probabilidades a tus pies. Puedes hacer eso, y muchas otras cosas más (como escribir poemas todo el día o mirar el hilo conductor de las cosas) pero nunca es suficiente, siempre está de más. Siempre hay alguien aguardando algo. Haga lo que haga, siempre va a estar de más si no me siento a escribir mi novela.
- No pienso quedarme viendo Starsky & Hutch todo el día.
Mala actitud la mía esa de pensar en Charlotte y repetir constantemente en mi cerebro que es una puta. Ya es invierno de 1998 y todavía no recibo noticias. Nadie ha llamado a preguntar nada, nadie a llamado a nadie. Nadie ha estado tan solo en el mundo. Nadie intentó jamás escribir con tanto ahínco. A nadie nunca le interesó nadie.
- No pienso quedarme viendo Starsky & Hutch todo el día.
No quiero pensar que mañana más tarde ella vendrá y yo seguiré aquí esperándola.
- No pienso quedarme viendo Starsky & Hutch todo el día.
Cuando me llame por teléfono yo ya voy a estar estudiando en la Universidad (será agosto) y voy a estar exactamente igual que ahora (sentado frente de mi PC escribiendo como un degenerado, con el pelo revuelto y confundido entre personajes imaginarios de un sábado nublado en que me desperté tarde, cerca de las once) y caminaré impaciente entre montañas de ropa usada y montañas de ropa limpia sin planchar, me revolcaré entre papeles indescifrables y desistiré en mi lucha contra el sueño. Caeré tendido encima de la luz blanca del mediodía (exactamente igual a la luz estroboscópica de las tres de la mañana) y repetiré:
- Aló.
- Marcel.
Deletreará palabras como he-venido, estoy-en-la-maldita-ciudad, quiero-verte, te-he-extrañado. Y yo todavía incrédulo le diré entre dormido y aliviado que no sé nada, que ni siquiera sé que mierda de hora es y que anoche las cervezas y las putas, que John Martínez me llevó a tientas por el jirón Quilca buscando algo bueno qué fumar, y terminamos en un cabaret extraño llamado “La Gruta Azul” en donde muchas putas bailaron y se quitaron su ropa interior de plástico.
Le preguntaré exactamente qué es lo que quiere:
- Quiero verte.
Asfixiaré mi malestar con saliva. Vomitaré flema acuosa. Recordaré los pocos minutos en los que Charlotte Nolteus y yo fuimos felices confundidos entre recitales de poca monta, libros y conversaciones inútiles cerca de mi particular punto de vista con respecto a la literatura. O aquella vez que miraba el humo ascendente de su cigarrillo y le pregunté:
- ¿Qué sucede?
Y ella me dijo:
- Nada.
- Ha pasado mucho tiempo -le diré por teléfono- y he sufrido mucho angustiado, esperando este momento. Sé que estás radiante y sé que quieres volver, pero deberías tener un poco de compasión y pensar en mí...
O sino:
- Ha pasado mucho tiempo y muero de ganas de verte aunque sea un instante.
Pero en cualquiera de los dos casos yo termino mal.
Y mientras esto no sucede intento ambientar una escena imprescindible de mi novela este sábado muerto de cielo gris y abandono. Mientras Charlotte Nolteus no llama yo puedo confesar un amor inusitado ante su terrible ausencia.
Pero qué trato de decir con todo esto...
¿Para qué estar bien?
- No quiero que te dignes a venir aquí por pena o por soledad...
El teléfono inalámbrico suena.
- No quiero que suene el teléfono y pensar que eres tú.
Cuando contesto la señora Beltrán ya ha descolgado y me dice: Marcel, es para ti. Sugiero un par de cosas de las que he pensado antes, pero no las organizo bien. Y Charlotte lo único que me dice es:
- No pienso quedarme viendo Starsky & Hutch todo el día.
Nos sentamos en un parque cerca a Casuarinas, donde los automóviles no llegan con tanta furia y la calle luce desolada. Yo digo que se parece a Chaclacayo por las paredes de ladrillo rojo y las enredaderas que hay a continuación. Y este parque: extraño, pequeño. Tiene unos cinco metros cuadrados de concreto y una pared también de ladrillo (pero después de esta pared ya no hay nada, y vemos de allí el cerro Casuarinas desde lejos) pero yo solo pienso en seguir caminando y seguir fumando este poco de hashís y olvidarme de todo el mundo para siempre. A mí nadie nunca me ha servido para nada.
Nos sentamos y prendemos con mi pipa otro poco de hashís y fumamos. La ciudad está a oscuras.
Entonces les explico un poco lo que me pasó con Charlotte. Les hablo de todos los libros míos que ella tiene, de todas las cosas mías con las que se quedó. Algunas cosas que están en su casa, aquí en Lima, y otras tantas cosas que se llevó al Cuzco. Finalmente les digo que hay mujeres, chicas excelentes con las cuales acostarse por una sola noche. Hay momentos en la vida, hay algunos besos que uno quisiera congelarlos en el tiempo. Incluso, hay veces, en las que uno prefería no haber fumado, ni haber tomado nada, para así recordarlos mejor. Y hay mujeres a los que uno les da todo en esta vida y lo único que hacen para remediarte un poco la vida es comprarte una estúpida pipa para que te sigas matando los pulmones.
Gustavo asiente y vuelve a prender la pipa. Nuestras caras de iluminan un solo instante.
- Llega el momento en que uno no sabe qué es mejor y qué es peor.
Hay amores que duran un minuto, y hay situaciones en las que uno no quisiera estar involucrado.
Walter asiente.
- Así se dice, amigo.
Una luz amarilla en el parque nos hace volver a la realidad. Una camioneta Serenazgo lleva las luces prendidas y zigzaguean unas con otras en un tono azul en la estrecha calle. La camioneta avanza lento. A continuación los muchachos y yo cogemos nuestras cosas y decidimos huir.
Acelerado, intenté calcular la edad de Charlotte. No pude hacerlo. Yo era demasiado joven en cualquier caso. Me había traído en taxi y me había sentado en un café en el centro de Miraflores. Con las justas pude balbucear un par de “gracias” “gracias” pero nada de esto la detenía ni la hacía pensar por un segundo qué estaba haciendo. Charlotte Nolteus seguía voraz sus instintos.
Y en lugar de actuar de manera normal, decías cosas como “cuando se puede, se puede” pero eso no significaba nada, y tampoco tenía la más mínima lógica, en realidad, no encajaba en ningún tipo de contexto.
- Exactamente, ¿qué me has pasado?
- ¿Eh?
- ¿Qué es lo que me has dado? ¿Un cuento, una novela?
- Una novela.
- Guau.
Miré la calle. El parque Kennedy estaba sumergido en una inmensa neblina.
- ¿Y cuándo la vas a terminar?
Me reí.
- Ni idea.
Charlotte prendió otro cigarrillo. Había apagado uno y ahora prendía otro. Eran cigarrillos caros. Me miró a través de sus lentes de monturas negras y agregó:
- ¿Estás disgustado por algo?
- No... no, es solo que no vengo a lugares así siempre.
- ¿Por qué?
- No sé. Creo que hacen sentir extraño.
- Ya veo. ¿Cuánto es que tienes?
- ¿Qué?
- ¿Cuántos años...?
- Diecisiete, ya te lo había dicho.
- Sí. Tienes razón.
Hubo un silencio.
- Una pregunta.
- Dime.
- Tú ya has publicado...
- Sí.
- ¿Qué cosas?
Charlotte hizo equilibrio con la ceniza de su cigarrillo, la llevó hasta el cenicero y la tiró.
- Un poemario.
- Ah.
Y en seguida:
- ¿Y qué tal?
- ¿Qué cosa?
- El poemario.
- ¿Cómo que qué tal?
- No sé.
Charlotte me miró a los ojos.
- Digamos que pasó algo desapercibido.
- Mmm...
Eso podía significar muchas cosas.
- También publiqué, hace poco, una docena de ensayos...
- Aja.
- Acerca de la mujer y su entorno.
- Claro.
- Este no pasó tan desapercibido. Lo publiqué con una editorial más o menos...
- Ya.
Dio una calada a su mentolado. Movió la cabeza. Llegaron con los cappuccinos y volví a agradecer sistemáticamente al mozo y a Charlotte. Ambos me miraron fuertemente desanimados.
- Oye, Charlotte, lo lamento mucho.
- ¿Qué cosa?
Y en seguida:
- No tienes que lamentarte por nada. Nunca.
Pensé en eso un segundo.
- El solo que, esto...
- ¿Qué cosa?
- El lugar -murmuré- no me gusta.
Charlotte se angustió.
- ¿De qué estás hablando?
- No sé.
Le conté que sufría paranoia, problemas para reaccionar correctamente el lugares públicos, mi interior dramatización de los actos, mi sensibilidad artística, mi vocación de escritor y mi inminente visión adolescente de las cosas. Que cada vez que entraba en un lugar como aquel café en el centro de Miraflores, me sentía como un punto negro que resaltaba entre todos, produciendo reacciones desagradables. Porque mi camisa, así como mi pantalón y mi casaca no coincidían con los de los demás. Mi propio cerebro intranquilo no coincidía con el de los demás. En el fondo yo no era más que un hippie que no se bañaba.
- ¿No te bañas?
Charlotte sonreía. Nunca pude diferenciar con ella entre una sonrisa amarga y una sonrisa normal. Pude interpretar entonces su cuerpo y rescatar de él lo más importante. Eran sus gestos, sus ademanes, y el interminable impulso de sus palabras y de sus actos.
Moví mi cabeza de un lado a otro.
- Lo que pasa es que escribir me es muy difícil. Intento dar lo mejor de mí, pero no sé...
Charlotte acaricio mi cabeza, dijo que estaba bien.
- Todavía eres muy joven. Vas a ser grande, créeme.
Eso podía significar cualquier cosa, en realidad.
- Sí pero el tiempo se acaba.
- ¿Cómo que se acaba?
- Todo. El mundo se va a acabar.
- El mundo no se va a acabar.
- Eso es lo que tu crees.
Charlotte Nolteus rió. En seguida se tranquilizó un tanto y prendió otro cigarrillo. Volvió con tono sombrío. Me preguntó por mí, por dónde vivía. Dónde paraba. Qué tipo de cosas hacía el fin de semana. Me preguntó si iba a recitales, si tenía alguna revista, si había participado alguna vez en algo, si era comunista, qué pensaba de Mariátegui. A todo le respondí con un montón de ambigüedades. Finalmente acabamos el cappuccino y Charlotte y yo nos pusimos de pié.
Le pregunto a Milagros un día antes del examen de admisión que cómo averiguó que Charlotte Nolteus era lesbiana. Ella parece no hacerme mucho caso en un principio, pero en seguida se acerca inesperadamente y me cuenta que tiene un amigo cercano cuya tía resultó ser Charlotte.
Este amigo suyo vive por Surco, no muy lejos de aquí, dice. Y este chico nunca pareció estar muy interesado por nada en el mundo, pero cuando Milagros le contó que tenía una profesora de literatura con dichas características, se le iluminaron los ojos.
Yo le pregunto que cómo así sucedió todo, e indago un tanto en mis propias ideas con respecto a ella y al supuesto sobrino de Charlotte. Exijo más información. Milagros me dice finalmente que este amigo suyo, junto a una de sus primas, sobrinas directas de Charlotte Nolteus, han divagado muchas veces acerca del tema y aseguran conocer todos sus secretos.
Yo le pregunto que cuales secretos. Que solo quiero saber por qué insisten tanto en que Charlotte es lesbiana, y si es así, ¿qué tiene que ver con todo esto? Milagros me mira confundida.
- Escucha bien -me dice-, te lo explicaré todo.
Milagros me mira sobresaltada.
- Continúa.
- La mamá de Charlotte siempre fue pobre. Enviudó. Tuvo una primera hija a la que llamó Malena. Finalmente... algo pasó. Se volvió a casar con... su jefe, un tal Nolteus. Bueno, la cosa es que tuvo una segunda hija. Hasta ahí todo bien. Su primera hija se casó con Victor Augusto Ramallo, un viejo, uno de los tipos fuertes del gobierno. Cuando nadie se lo esperaba, nació Carla...
- ¿Carla?
Milagros sonrió.
- Sé bastante, ¿no?
Moví mi cabeza de un lado a otro. En el patio de la academia horrible donde estudiaba había un montón de gente caminando sin dirección. A nadie le interesaba nada.
- ¿Entonces?
- Entonces nada. Eso es todo lo que sé.
Milagros continuó su camino. Miré por última vez la punta de mis zapatos. Qué era todo esto. Una broma absurda, un complot en contra mío. Y por qué anoche había soñado con un camino lleno de hojas de otoño, en un parque abandonado, donde tomé a Charlotte de la mano (yo estaba vestido con un saco oscuro y un jeans desgastado) y la llevé por un sendero sinuoso que no nos devolvió a ninguna parte.
Me dijo que tenía veinticinco años y se detuvo sobre sus mismas palabras. Yo le dije que no tenía primer capítulo para mi novela y me noté visiblemente contrariado. Ella me dijo que la próxima semana acababan clases, que se iba al Cuzco, que tenía una novia y una relación qué mantener. Dice que su próximo golpe es un cuento largo. Dice que tiene que trabajar en ello. Es inminente. Me cuenta que se fue de su casa más o menos a mi edad. Que su primera novia fue una gorda que conoció por correspondencia y de ella solo se acuerda su primera ida al Cuzco, los golpes en la pared cuándo se negó a meterse a la cama con ella y las noches en que imagino que todo iba a estar bien. Que las cosas, cuando intentas traerlas a la realidad son muy difíciles y muy distintas a como uno las imagina en el papel.
Finalmente, Charlotte tambalea un poco ante el atardecer de la ciudad y me mira. Yo agacho la cabeza y observo la punta de mis zapatos con ansiedad.
- No todo es tan bueno -le digo- no todos somos iguales nunca.
- Es cierto.
Y en seguida.
- Estoy tan cansada. Lima es tan distinta a París.
Afirmación con la cabeza.
- Lima es tan difícil.
Charlotte dice:
- Me haces sentir tan vieja
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